Notas Autobiográficas
PILAR BELLVER GALLEGO (Villacarrillo, Jaén, 1961)
Y dios dijo: “Hágase la luz”; eso podemos leer en la Biblia. Pero en una fuente que había en el paseo de Villacarrillo, Jaén, escrito en una placa metálica, pudo leerse también, durante varias décadas, la siguiente inscripción:
Y Franco dijo:
«Tendréis agua»
19 de abril de 1961
Aquel 19 de Abril todo el mundo esperaba poder ver a Franco, que se iba a llegar al pueblo a inaugurar las cañerías, y puede que mi madre tuviera pensado también salir a verlo… por la curiosidad de verlo, más que nada…
Pero yo la puse a parir, literalmente, y ya no pudo ser. Y es que yo salí de mi madre el mismo día que el agua corriente salió de algunos grifos de mi pueblo.
En Villacarrillo di mis primeros pasos, pero, antes de cumplir los dos años, mis padres emigraron a Colombia y allí viví hasta los siete años. Fue en Colombia, pues, donde aprendí a hablar, a leer y a escribir.
Guardo algunos recuerdos de la América de mi infancia, pero no me dio tiempo a reunir muchos porque, para la edad del pavo, como quien dice, estaba otra vez de vuelta en Villacarrillo. De los siete a los diecisiete, viví en Villacarrillo y estudié en Villacarrillo. Tuve buena suerte con la gente que me dio clase en la escuela pública, durante la EGB, y en el instituto, público también.
A los catorce años, gané el Primer Premio Nacional de Redacción. El premio era un sueño para mí: un viaje de 20 días a Río de Janeiro, Sao Paulo, Brasilia, Iguaçu y Buenos Aires. Íbamos cuatro personas: el niño de catorce años que ganó la división masculina del concurso (porque por aquel entonces todo tenía la coletilla de femenino o masculino), el jefe de relaciones públicas de la Coca-Cola, que era la compañía que pagaba los gastos del concurso, y un funcionario que representaba al Ministerio de Educación.
Salimos de Madrid el 1 de noviembre de 1975 y me dejé a Franco malo y en la cama. Por lo que supe después, los veinte días que duró el viaje estuvieron que si se moría que si no se moría… Pero no se murió hasta que yo no regresé a España, el 20 de noviembre. Aquel día el aeropuerto de Barajas era un caos y estaba totalmente tomado por la policía y la guardia civil. Aunque, como yo no sabía por entonces nada de aeropuertos, no noté diferencias. Al contrario, se me quedó grabada la imagen de que, en un aeropuerto como dios manda, tiene que haber siempre por lo menos el doble de hombres con uniforme y metralleta que de hombres con traje y corbata. De los cuatro que íbamos en el viaje, digo, les registraron las maletas a los dos hombres mayores que nos acompañaban; y al chaval que tenía mi misma edad también, y a fondo, además, pero a mí ya no. A mí me dejaron pasar sin que tuviera que enseñar nada.
Cuando llegamos al hotel de Madrid, el hombre de la Coca-Cola subió conmigo a mi habitación para recoger unas cuantas cosas que él había comprado para su familia y que habíamos metido en mi maleta porque a él no le cabían. Y yo abro mi maleta con toda tranquilidad para darle lo suyo y justo encima, sobre toda mi ropa, ve este hombre un periódico que me había traído yo de Argentina porque me había llamado la atención la portada. A toda página, allí ponía:
MUERTO FRANCO, VIVA ESPAÑA.
EL DICTADOR, CLÍNICAMENTE MUERTO.
Este hombre se puso pálido. Me preguntó que cómo se me había ocurrido traerme eso en la maleta, así, sin más ni más… Y yo de verdad que no entendía ni su regañina ni su pánico. Le expliqué que lo había comprado precisamente porque me llamó la atención que allí parecía querer decir que poco menos que era bueno que se muriera Franco…
—¡Cómo que parece! No es que parezca, es que es eso lo que dice y bien claro—me suelta él, medio descompuesto.
—¡Ea, pues por eso me ha llamao l’atención! ¿Qué pasa, qu’ hecho yo?
Y no se me olvida lo que me dijo él:
—¿No me estás tomando el pelo, verdad que no? ¿Tú es que de verdad no sabes el peligro que hemos corrido en la aduana con ese periódico tuyo?
Exactamente en aquel momento y exactamente en aquel hotel me di cuenta de que había cosas importantísimas de las que yo no tenía ni idea. Ni siquiera sabía bien lo que significaba la palabra dictador.
Declaro que esta anécdota es del todo cierta y si la cuento ahora es para deciros que haber ganado aquel premio de literatura, el más importante que había en España entonces para las crías de esa edad, no me sirvió sólo para tomar conciencia de que mi verdadera vocación era ser escritora, sino que me sirvió, sobre todo, para tomar conciencia. Punto.
Luego, a los dieciocho años, me trasladé a Madrid a estudiar Periodismo en la Complutense y en Madrid me quedé a vivir durante los siguientes 22 años. Madrid es, hasta ahora, el lugar donde más tiempo he vivido. He sido directora creativa de una agencia de publicidad, uno de los trabajos mejor pagados del mundo porque consiste en mentir y seducir a los demás sin que se den cuenta de que, por mucha leche desnatada Pascual que tomen, nunca tendrán el tipo de sílfide que les prometemos. Como creativa, fui la madre de Mi Primo el de Zumosol, por ejemplo, un personaje que llegó a hacerse mucho más famoso de lo que será nunca mi María Bielsa, la protagonista de mi primera novela larga, Veinticuatro Veces. Podría contaros aquí más cosas de mi trabajo, pero no merece la pena. Lo más interesante ya lo conté en mi segunda novela, La vendedora de tornillos…
Actualmente vivo la mayor parte del tiempo en el campo, en mitad de la Sierra de las Villas, en lo alto de una montaña desde la que veo media provincia de Jaén, en Zahareña, mi casa. Le puse así porque me gusta lo que significa la palabra (la aprendí cuando la vi aparecer en El Quijote y tuve que ir a buscarla al diccionario) y porque hay un nido de águilas en una risca rodeada de pinos, cincuenta metros por debajo de mi ventana.
Y poco más puedo deciros de mí. Que soy feminista, comunista, lesbiana, atea… Y que procuro que mis libros sean útiles en el sentido en que María Zambrano nos explicó que la literatura debería serlo:
«Lo que se publica es para algo, para que alguien, uno o muchos, al saberlo, vivan sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de haberlo sabido; para librar a alguien de la cárcel de la mentira, o de las nieblas del tedio, que es la mentira vital.»
(Para qué se escribe
María Zambrano)